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  • Foto del escritorLic. Diego S. Gómez

CRIAR y EDUCAR para la LIBERTAD

Actualizado: 15 abr

(Hacia una adultez con autonomía, responsabilidad, empatía y consciencia social)

 

Diego S. Gómez* 


Niña entre madra y padre con celular móvil en sus manos

 

En este escrito quiero compartir algunas ideas acerca del educar para la libertad (libertad unida a la responsabilidad y a la solidaridad); es decir: una educación / crianza para preparar, acompañar y ‘andamiar’ a niñeces y adolescencias hacia una adultez ‘sana’, equilibrada.

 

Hay cualidades que la educación y las CRIANZAS pueden fomentar, potenciar, o bien desalentar y cercenar:

 

Les niñes aman aprender, y les encanta jugar; y quieren estar con –y hacer todo lo que hace(n)– su(s) ma/padre(s) o referentes. Conversar, leer, jugar, reír, bailar, cantar, contribuir en las tareas del hogar, dibujar, escribir, crear, recitar, inventar… Todas estas actividades, favorecen el desarrollo de determinados procesos cognitivos / psicoemocionales, y fomentan habilidades motrices, comunicacionales y vinculares, lo cual les redunda en empatía, inteligencia(s), autonomía, autoestima y bienestar.

La pregunta que me hago, es la siguiente:


¿Cómo es que una criatura pasa, de querer saber/ participar/ hacer y aprender cosas, a la clásica indiferencia, apatía y negativismo adolescente?


Den por seguro, que tiene más que ver con una cuestión de contexto, de entorno, de época, de sociedad y de crianza, que con algo intrínseco o genético (sin por ello menospreciar los cambios biopsíquicos en la adolescencia). En parte importante, creo yo, influye el formato escolar al cual les niñes deben adaptarse (o ‘amoldarse’) desde los 6 años… Y también, en gran parte, juegan un papel crucial las interacciones con –y lo que ven en– sus familias y con la sociedad, al tipo de vinculación a la que se acostumbran, formándose hábitos de pensamiento y patrones de conducta.

Hay hábitos que, una vez que se instalan, son difíciles de modificar:


familia sentada en sillón mirando sus teléfonos celulares móviles

Por ejemplo, si desde una edad muy temprana se les da a les niñes un teléfono celular o se les sienta delante de la Tv o juegos de consola ‘para que se entretengan solos’, no nos sorprendamos si después no quieren ni tocar un libro, o si no pueden leer ni una página donde no haya dibujitos para colorear (incluso en la adolescencia)…

O si desde niñes se les dice “vas a ser el/la mejor de todxs”, lo que pueden llegar a decodificar es “DEBES ser el/la mejor de todxs”, por lo cual lo que pretendió ser un estímulo, un halago, un cumplido, puede terminar siendo una carga, un mandato, y una amenaza a su autoestima (lo cual puede inscribirse, de modo inconsciente, como ‘si no destaco, si no soy el/la mejor, les voy a defraudar, no voy a Ser ni a valer nada’).

 

Las palabras son poderosas, hay que saber elegirlas. Cuán diferente sería todo si, desde su niñez, le expresáramos “no te preocupes, es normal sentir miedo”; o “no pasa nada, las equivocaciones nos sirven para aprender”; o “¿es esto lo que realmente te gusta, o lo hacés por o para alguien más?”; o “quiero apoyarte para que hagas lo que te ponga feliz a vos”

 

Si en lugar de integrarles e incluirles en tereas cotidianas que les hagan sentir útiles (y hacerles sentir parte importante de la flia y del hogar), se les ‘premia’ con más tiempo para usar el celular, tv, consola o pc cada vez que les pedimos que hagan algo, o que ayuden o colaboren con cuestiones del hogar (guardar su ropa, acomodar sus cosas, etc.), van a crecer disociándose y des-responsabilizándose de todo lo que tiene que ver con la vida familiar y con el sostenimiento del hogar, condenándoles a la dependencia.

O bien, si habitualmente ‘ponemos lupa’ en (y resaltamos) todo lo que no hacen o hacen mal, pero no nos fijamos en sus esfuerzos ni valoramos sus aciertos y progresos, van a terminar ‘internalizando sobre sí esa mirada’, por lo cual pueden acabar con una autoestima severamente dañada, con una sensación de que ‘no pueden, no saben, no sirven’, y que NADA que les ocurra (bueno, malo, grave, terrible) es relevante ni importante para el resto.


Si bien una madre o padre no tiene por qué saber de pedagogía, es importante informarse acerca de hábitos que pueden ser muy provechosos de inculcar desde la niñez. Aunque es difícil predicar sin el ejemplo, y sin haber pasado por experiencias de haber recibido lo que necesitaban en su niñez o adolescencia, pero como fuere, les niñes y adolescentes aprenden más de lo que ven que hacemos, que de lo que les decimos.


adolescente enojado escuchando el regaño de su padre

Pero retomando la pregunta disparadora, creo que debemos actuar sobre aquellos factores que nos atañen: no tenemos control sobre la tecnología, la cultura, el grupo de pares (a lo sumo, controlar cómo y cuándo respecto de factores contextuales: a qué edad y cuánto tiempo se le da un celular o se les habilita juegos de consola, el tipo de monitoreo que se le hará de ello; a qué espacios y ámbitos sociales se les lleva, dónde / cuándo sale, con quiénes se junta, etc.), pero sí tenemos mayor injerencia en el TIPO DE VINCULO y COMUNICACIÓN que, como adultes, creamos con ellxs. Si ese vínculo es fuerte, fuente de confianza y respeto, si es nutritivo y positivo, sus efectos serán observables a largo plazo.

 

Podemos caracterizar la adolescencia como una etapa ‘puente’ entre la niñez y la adultez, donde las/los/les jóvenes refuerzan el pasaje (ya iniciado en la escuela primaria) de la endogamia familiar a la exogamia. Es también una etapa clave en su desarrollo psicofísico, vincular, emotivo, volitivo, y por ende, en la co-construcción de su subjetividad.

Si bien hay múltiples factores por los cuales la etapa de la adolescencia es cada vez más prolongada (que no es el caso analizar ahora), el punto es que PODAMOS Y SEPAMOS AYUDARLES, desde nuestro rol, a que puedan llegar a la adultez con ciertas herramientas, recursos y experiencias.

 

Por ejemplo: si castigamos o reprimimos sus EMOCIONES (sean las que fueren, pero especialmente el enojo o la frustración), lo que aprenderán es a ocultarlas, a ignorarlas, a mentir sobre lo que sienten, a ‘explotar’ por otro lado (con síntomas corporales  o trastornos de personalidad quizás) o a descargarse con otra(s) persona(s), o a desquitarse con su propio cuerpo.

Sería más saludable ayudarles a expresar y a canalizar sus emociones, sus dudas y temores… En lugar de fomentar que ‘tapen’ sus emociones, empatizar y validar lo que sientan (“entiendo que estés enojadx”, “comprendo que te sientas así…”). No les sirven los ‘sermones’ sobre lo que deberían o explicaciones sobre qué les conviene hacer; es mejor escucharlesofrecerles opciones para canalizar la rabia antes de que llegue a su punto alto… proponerle respirar, alguna actividad compartida, abrazarle, salir a caminar, etc.

Les adolescentes, la mayoría de las veces, ni siquiera esperan a (o necesitan) que resolvamos todas sus inquietudes o conflictos, pero sí debemos poder estar allí, acompañándoles, escuchándoles, conteniéndoles, brindándoles apoyo y confianza de que ‘podrán’ resolverlos por su cuenta.

 

Hace poco vi un video muy interesante: un cachorro de oso polar resbala y cae a un estanque de agua muy profundo, hace todo lo posible para no hundirse y por salir del agua pero no puede lograrlo, las piedras que rodean el estanque son muy resbalosas. La madre, una osa adulta, enseguida se lanza al agua y se coloca detrás, con sus patas delanteras rodea a la cría y las apoya sobre los bordes del estanque, como si estuviese abrazándolo desde atrás pero sin tocarlo. Se ve al osito esforzarse por salir y no conseguirlo. La madre quita las patas delanteras de su alrededor y espera detrás, se queda cerca, haciéndole notar su presencia, pero sin intervenir. No le toma mucho más tiempo al oso cachorro poder salir del agua.



Ese fue un hermoso ejemplo de cómo proteger sin anular, de cómo cuidar brindando apoyo, confianza, contención. Proteger sin sobreproteger. Es, en definitiva, el rol que le corresponde a las generaciones adultas: habilitar, facilitar, acompañar.

 

No creamos que lo mejor es siempre ‘dejarles solos’; veamos en cambio el modo de acompañarles respetando su momento y su espacio (no es ‘cuando yo diga o quiera’; sino cuando ellxs estén listxs: no sirve de nada ‘meter fichas en un saco roto’). Es preferible no insistir, no renegar ni atosigar, sino ponerse en frente, mirarles a los ojos, hablarles cuando estén preparadxs para escuchar. Lo que depende de nosotrxs, es mantener una PRESENCIA (cálida, respetuosa, no intrusiva) y PACIENCIA. Nos necesitan, pero no de cualquier manera ni a cualquier costo.


Nos necesitan, pero no de cualquier manera ni a cualquier costo.

 

En otro video (“Oso bebé lucha contra la nieve para seguir a su madre”), mamá osa y su cría escalan una loma nevada muy empinada (casi de 80°, y como de 40 o 50 mts. de altura), la madre va a la delantera y su cría iba detrás, escalando pasito a pasito, ascendiendo de a poco, hundiendo sus pequeñas garras en la nieve, hasta que en un momento empezaba a resbalar y a descender como por un ‘tobogán’. Su madre llega destino y lo espera. Entonces la cría volvía a intentar, avanzaba y avanzaba, buscaba el mejor sendero para trepar, estaba llegando a la explanada donde su madre lo esperaba, estaba a menos de un metro de ella… La madre se había asomado todo lo posible, estiraba y movía inútilmente su pata delantera, como si quisiera recogerlo, y justo antes de lograrlo, la cría vuelve a resbalar y a descender velozmente, incluso desciendo más que la última vez (hasta la base).

Todo esto sucedió bajo la mirada atenta de su madre, que lo veía desde arriba, esperándolo. El osito vuelve a intentarlo, en un momento a la madre osa se la ve inquieta, da vueltas, camina unos pasos en círculos, pero no se mueve de donde está, y sigue observando a su pequeño. Cuando luego de varios intentos y un tiempo largo la osa por fin ve que su pequeño está llegando, da media vuelta y avanza, comienza a caminar, confiando en que su cría ‘ya lo había logrado’, aunque le faltaban algunos pasos. El video finaliza con la madre y la cría avanzando en la nieve. Otro bello ejemplo del rol adulto saludable: guiando, orientando, enseñando con el ejemplo.



Imaginemos qué hubiese sucedido si esta situación se hubiese dado entre una madre o padre con su cría humana, y si esa madre o padre hubiera descendido y cargado al pequeño/a hasta la cima. De seguro, le hubieran impedido a su pequeño/a aprender una valiosísima lección: conservar la calma, saber que su madre o padre siguen allí, observando y apoyando, cuidando, confiando en su potencial (lo cual toda niña/o debe poder experimentar para poder INTERNALIZAR ese apoyo, para poder mantener la calma y la confianza en sí en momentos difíciles); y sobre todo, descubrir su potencial: su fuerza, su perseverancia, su resistencia, etc.


TOMAR LAS RIENDAS DE LA PROPIA VIDA ES ALGO QUE DEBEN APRENDER, TAL COMO APRENDIERON A ATARSE LOS CORDONES DE LAS ZAPATILLAS, Y ES ALGO QUE DEBEMOS ENSEÑARLES, ALGO QUE DEBERÁN PRACTICAR Y EJERCITAR.

Si queremos lograr algo con un/a/e adolescente, no podemos ponernos a su alturano conviene rebajarnos al terreno de la confrontación, porque le adolescente va a salir perdiendo (sea que ‘gane’ o sea que ‘pierda’ la discusión). Debemos esforzarnos para NO enojarnos, NO amenazarles; mantener un tono de voz suave y sereno; darles el ejemplo de cómo se manejan las emociones (y si no pudimos o nos equivocamos al hacerlo, admitirlo, reparar el error: esa humildad es también ‘nobleza’ y ‘grandeza’, algo que debemos inculcarles).

Se trata de NO ceder a su deseo o capricho para evitarle el llanto o el malhumor, sino decidir cómo actuar y ser firmes con los límites, pero DESDE EL AFECTO.

El objetivo es guiar, orientar, no ‘conducirles’ la vida, mucho menos ‘vigilar y castigar’.

 

La ‘meta’ de una persona adulta, al discutir con un/a/e adolescente, NUNCA debe ser el “tener razón” o “ganar la discusión” (porque ahí perdemos el foco). Tampoco, que el fin de la discusión sea que el/la/le adolescente agache la cabeza, que ‘se humille’, que diga lo que queremos escuchar (equivalentes a ‘que reconozca su derrota’ y admita ‘quién manda’ o 'quién sabe'). El punto es que pueda darse cuenta qué le beneficia y qué no, para sí y para el resto, qué puede y qué le conviene (así como cuándo, cuánto y cómo); que pueda discernir entre lo que QUIERO / PUEDO / NECESITO. Y que lo que vale para sí, vale también para les demás.


Que un/a/e adolescente reconozca ‘que se equivocó o que estuvo mal’, podrá ser un punto de llegada, no de partida. Y para que lleguen a ello, hay que allanarles el camino.

No conviene que nos tomemos los asuntos de un modo muy ‘personal’… Es adolescente, está creciendo y aprendiendo, busca sus los límites, busca TUS límites, y lo peor que una persona adulta puede hacer, es ponerse en el mismo nivel.


Ahora bien, que sean adolescentes no implica subestimarles (‘no entienden nada’, ‘son imberbes’), pero tampoco sobrestimarles (‘la tienen re clara’, ‘ya nos pueden dar cátedra a nosotrxs’).

Lo que necesitan NO es que solamente ‘les marquemos la cancha’, sino que les escuchemos, que estemos atentos a sus dudas y necesidades, que observemos sus temores e intereses. Que puedan hablar de todo ello, les va a permitir ordenar sus ideas / emociones, y llegar a sus propias conclusiones.

 

La adolescencia, como dije, implica una subjetividad en co-construcción, en desarrollo, y es una etapa en que les jóvenes suelen habitar ‘las polaridades’ (Todo/Nada, Blanco/Negro, “todo lo que está bien” y “todo lo que está mal”, Amor/Odio, Admiración/Desprecio, enamoramientos y fanatismos acérrimos, etc.). 

Nuestra tarea es mostrar que existen grises, y también una paleta cromática con infinitos matices; que los procesos no siempre son lineales, que no todo es Causa-Efecto/Consecuencia, sino que el mundo es complejo, con muchas variables que se entrecruzan, con líneas que interseccionan… A lo que me estoy refiriendo, es a promover la capacidad de pensar y reflexionar críticamente, a no dar nada por obvio, a enseñarles (para que aprendan) a dudar, a cuestionar/nos y a leer la realidad desde diferentes puntos de vista.

 

Necesitamos dejar de criar desde ideas, roles y estereotipos ya caducos: ‘princesitas delicadas’ (que no saben ni pueden nada ‘solas’, salvo limpiar y cuidar) pichones de machos (que no saben ni pueden nada acerca de tareas domésticas, demostraciones de afecto, y todo lo que implique cuidado, empatía, amorosidad, etc., pero sí aprenden a manipular, a aprovecharse, a mentir o a violentar a otrxs para obtenerlas), para pasar a educar a niñes / adolescentes en la autonomía, en la autoestima, y en el compromiso con el bien común.

 

El ‘punto de llegada’ (o ‘meta’), sería que en su adultez puedan independizarse, generarse su sustento, sostener una casa / hogar (con todo el ‘saber-hacer’ que eso implica en lo cotidiano), vincularse sexoafectivamente de modo responsable, relacionarse respetuosa y funcionalmente con personas diferentes y diversas (que piensen o vivan de un modo distinto o incluso opuesto al propio), y ser conscientes de que su destino individual está enlazado con un contexto sociohistórico que, cuanto más conozcan, más y mejor podrán intervenir colectivamente para su transformación.


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* Licenciado y Profesor de Psicología (UBA), Psicoterapeuta Gestáltico en AtencionPsi.Online, Psicodramatista, integrante del Equipo de Extensión Universitaria del Profesorado de Psicología (UBA).

 

 

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