Mientras paseaba por el campo, una niña vio un capullo de gusano colgando de un tallo quebrado. Pensó que sería más seguro para la pobre larva llevarla a su casa, y mantenerla a su cuidado. Al llegar, la puso bajo una lámpara para que le diera calor, y la arrimó a una ventana para que no le faltara el aire. Durante las siguientes horas permaneció al lado de su protegida esperando el gran momento.
Después de una larga espera, que no terminó hasta la mañana siguiente, vio cómo el capullo se rasgaba y una patita pequeña y velluda asomaba desde dentro. Todo era mágico, tenía la sensación de estar presenciando un milagro.
Pero el milagro pareció volverse tragedia: la pequeña mariposa parecía no tener fuerza suficiente para romper el tejido de su cápsula. Por más que hacía fuerza, no conseguía salir por la pequeña perforación.
La niña no pudo quedarse sin hacer nada; corrió hasta el cuarto de las herramientas y regresó con un par de pinzas delicadas y una tijera larga, fina y afilada. Con mucho cuidado de no tocar al insecto, fue cortando ‘una ventana’ en el capullo para permitir que la mariposa saliera de su encierro.
Después de unos minutos de angustia, la mariposa consiguió dejar atrás su envoltura y caminó a los tumbos hacia la luz de la ventana. La niña, llena de emoción abrió la ventana para despedir a la recién llegada en su vuelo inaugural. Sin embargo la mariposa no salió volando, ni siquiera cuando con la punta de las pinzas la rozó suavemente.
Pensó que estaba asustada por su presencia, y la dejó junto a la ventana abierta, segura de que no la encontraría al regresar.
Después de jugar toda la tarde, volvió a su cuarto y encontró a la mariposa inmóvil junto a la ventana, con sus alitas pegadas al cuerpo, y las patitas tiesas hacia el techo.
Con mucha angustia corrió a mostrarle el insecto a su madre, a contarle todo lo sucedido, y a preguntarle qué más debía hacer para ayudar a la mariposa.
Su madre le acarició la cabeza, y le dijo que en realidad la mejor ayuda hubiera sido hacer menos, y no más:
Le explicó que las mariposas necesitan de ese terrible esfuerzo que les significa romper su prisión para poder vivir, porque durante esos instantes el corazón late con muchísima fuerza, y la presión que se genera en su primitivo árbol circulatorio inyecta la sangre en las alas, que así se expanden y la capacitan para volar.
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Hasta aquí el relato.
No faltarán quienes, cínica y cruelmente, quieran utilizar esto como excusa para no ayudar a nadie, quizás apelando a la 'meritocracia' para no involucrarse, e incluso para descargar su odio y su frustración argumentando que hay personas y colectivos que necesitan ‘menos ayudas’, o recibir aún ‘más peso sobre sus hombros’ (para que ‘aprendan’ –o mejor dicho, para que escarmienten )… Pero no es este el tipo de personas para las que escribo.
Hay situaciones difíciles y desagradables que a veces tenemos que atravesar, pero de las que podemos aprender mucho, y también fortalecernos.
Muchas veces nos gustaría aliviarle el camino a alguna persona que queremos, pero como enseña la desgraciada historia de esta mariposa, al ser ayudada a salir de su capullo, nunca pudo expandir sus alas porque no tuvo la posibilidad de esforzarse, y de así fortalecerse para luchar por su vida.
Hasta enfermarnos es importante para la vida, incluso algo fundamental para nuestra ‘salud’, pues muchas enfermedades activan y fortalecen nuestro sistema defensivo (inmunológico)… Todo aquello que no se activa (que no se ejercita, que no se estimula), se marchita, se atrofia… Y así como es con los músculos, los órganos y las funciones corporales, lo mismo sucede con el psiquismo y las emociones.
Dicen que ‘la única manera de aprender a manejar las emociones es sintiéndolas, no evitándolas’. Si caemos en el afán de quitarle todas las piedras del camino a otrx(s), tengan la edad que tengan, no sabrán qué hacer el día que tropiecen con una y no estemos allí.
Conviene recordar que todos/as caímos aprendiendo a caminar; y que jamás nadie aprendió a nadar sin mojarse. Sigmund Freud también dijo una vez algo muy interesante al respecto: “he sido una persona afortunada: nunca nada me fue fácil”.
Sin dudas, es bueno ayudar; pero sin anular… Una cosa es acompañar, otra es llevar a cuestas, o ir empujando y tironeando a otro/a(s).
Debemos ser lo suficientemente capaces de distinguir cuándo una acción ayuda, habilita, y cuándo incapacita e inhibe; cuándo hacemos algo “por o para otrx”, y cuándo la hacemos pensando en nosotrxs mismxs (en no angustiarnos, no salirnos de un rol cómodo y ya conocido, etc.).
¿Qué y cuánto estarán evitando algunas personas con su “ayuda”…?
“Piaget ha observado que, cada vez que le adelantamos al niño una `respuesta correcta´, le impedimos aprender e inventar por sí mismo muchas respuestas correctas nuevas.
LA ACCION CONTIENE LA SEMILLA DEL CONOCIMIENTO interno. Un conocimiento abarca la ampliación de las propias fronteras, y la acción que así se asimila.”
(E. y M. Polster; “Terapia Gestalt” –las mayúsculas no figuran en el texto original–)
El “llegar”, debe ser consecuencia de avanzar, no de “querer llegar”. Lamentablemente, muchas veces vemos en otrxs ‘falta’ o ‘carencia’, y no ‘posibilidad’, ‘potencialidad’.
Desde la perspectiva Gestáltica se afirma que madurar, crecer, es pasar del “apoyo ambiental” al “autoapoyo”; y que aquello que hacemos con el cuerpo, es similar a lo que hacemos con la vida.
Erich Fromm escribió que, sin esfuerzo, no hay nada que valga la pena lograr... Yo pienso que es cierto... No hay Vida donde no hay lucha.
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