El dolor (sea físico, psíquico, ‘moral’, etc.), cuando es profundo, es una experiencia difícil de asimilar, y se puede intentar hacer con él distintas cosas:
- Negar (“no me pasa nada”, “estoy bien”, “está todo bien”);
- Ignorar (“no es nada”, “no importa”, “no es tan grave”);
- Subestimar (“bueno, pero todo depende de la actitud”, “hay que ser positivo/a!”, “sólo hace falta creer en unx mismx”, “con fe todo se soluciona”);
- Evitar (“mejor me quedo”, “mejor no hago ni digo nada”);
- Buscar (ponerme en el rol de ‘víctima’: “nadie me quiere”, “todxs me cagan”, “no sirvo para nada”, “hago todo mal”, “todo es mi culpa”… o en el caso del masoquismo, donde ‘se goza mediante el dolor’);
- Renegar (“¿por qué a mí?”, “¿qué hice para que me pase esto?”, “¡qué injusticia!”)
- Albergar (como ‘guión existencial’, como excusa y justificación para todo);
- Idealizar (“el dolor me acerca más a dios”, y otros tipos de interpretaciones de tinte religioso: “es la voluntad de dios”, “es la cruz que me tocó”, “es mi karma por lo que hice en otras vidas”);
- Asumir/afrontar (escuchar qué me dice, dialogar con él, buscar comprenderlo para poder aprender, superarlo y ‘des-pedirlo’).
- Etc.
Hay pensadores/as que diferencian ‘Dolor’ (en tanto sensación o registro neuro-fisiológico) de ‘Sufrimiento’ (como un dolor ‘de la mente’ o ‘del alma/espíritu’), y también distinguen ‘Placer’ (estado momentáneo, emoción asociada a un estímulo) de ‘Felicidad’ (un estado de ‘unidad interna’ –entre lo que se piensa, siente y hace– que genera ‘Sentido’ –en tanto dirección y significado–, bienestar, y trasciende las sensaciones o emociones actuales, sean positivas o negativas).
El pensamiento ‘mágico’, omnipotente (infantil), puede aumentar el sufrimiento, pues lo mal-interpreta, no se lo comprende, y no se sabe qué hacer con él ni cómo.
No es lo mismo un mensaje positivo, producto de la reflexión o de la experiencia, que amplíe la consciencia y refuerce la resiliencia.
Desde ya que hay grandes frases, joyas de sabiduría, que no son aplicables a todas las personas, ni a todas las circunstancias… incluso puede haber algunas frases que nos pueden ser útiles en cierto momento de nuestra vida, y no en otros similares.
No se trata de liberarse de los condicionamientos del entorno o del cuerpo (pues no siempre es posible ni depende de nuestra intención), sino de tomar postura ante ellos. La vida es algo por lo que debemos ‘optar’.
En el ‘vacío existencial’ están ausentes la esperanza, el amor, el sentido; y están presentes la soledad, la desesperanza, y el sin-sentido (lo cual genera sufrimiento).
No se trata simplemente de ‘llenar el vacío’ ni de ‘taparlo’, sino de descubrir mi propio sentido, mi propio camino, de aquello que me dé motivos o razones para vivir… aquello que ‘yo’, y sólo yo, puedo hacer en este tiempo y espacio, y que aunque haya otras personas ‘más preparadas’ o ‘más capaces’ que yo en algo, podrán hacer ‘SU’ parte, pero no la mía.
No creamos que la nube tapando el cielo hace que el sol deje de existir.
El sufrimiento encadena, nos hace egocéntricos, nos limita (y eso se puede sobrellevar 'mejor' o 'peor').
El dolor cabe en la vida, pero la vida no cabe en nuestro dolor;
el dolor es sólo una parte de nuestra vida, y somos mucho más que esa parte.
El amor (a una causa, a otra/s persona/s, a una tarea, etc.) es la apuesta por la vida, y puede re-dimensionar el dolor.
Se trata de escuchar el mensaje del dolor, y actualizar nuestros recursos para erradicarlo o disminuirlo.
Séneca escribió que “lo importante no es lo que sufres, sino cómo lo sufres”.
El sufrimiento no depende tanto de lo que se padece, sino de cuánto y cómo se lo padece... Las fantasías catastróficas sólo aumentan nuestros males.
La mejor AYUDA que podemos darle a quien sufre, NO es quitarle ‘la carga’, sino ayudarle a que primero encuentre la energía para sobrellevarla (y contacte con su fuerza y su potencia), para que luego pueda darse cuenta de que ‘no la necesita’, y elija ‘soltarla’.
‘Quitarle la carga’ suele implicar, también, quitarle la posibilidad de fortalecerse, de aprender, de crecer… No se trata tampoco de aconsejarle ni decirle qué hacer (por más buena intención que tengamos), pues esto podría quitarle la fe en su fortaleza, su confianza en que podrá, en que tiene –o puede conseguir– los recursos para poder hacerlo por su cuenta.
La desesperanza se basa en lo poco (o muy poco) que sabemos, y la esperanza en lo mucho que ignoramos.
La esperanza no pertenece a ‘saberes’, sino a sabidurías…
Y la sabiduría no viene de los libros, viene de la experiencia.
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