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Foto del escritorLic. Diego S. Gómez

(i)Legal, (in)Seguro y (no)Gratuito (?)



Mañana, 13 de Junio, se llevará adelante en Buenos Aires una votación parlamentaria trascendente, que decidirá si la interrupción voluntaria del embarazo continuará siendo clandestina, privada, penada/ insegura (según para quiénes) y elitista (por lo costo$a), o si pasará a ser legal, segura y gratuita para todas/es.



Argentina es uno de los países con mayor cantidad de embarazos adolescentes[1], y según un estudio internacional, tiene uno de los peores índices de la región por abortos clandestinos[2]. Cientos de mujeres mueren por año a causa de abortos practicados en la clandestinidad (en especial las pobres, o mejor dicho, empobrecidas, en situaciones de gran vulnerabilidad).


Desde una perspectiva ‘integral’ de la Salud (que no es ‘mental’ por un lado, ‘emocional’ por otro, ‘psíquica’ y ‘física’ por otro, etc.), esto es sumamente importante, porque las y los psicólogos/as trabajamos con el sufrimiento humano, y lxs seres humanxs –como seres sociales e históricos– estamos atravesadxs por un orden cultural lleno de reglas y leyes que nos preceden y que no hemos elegido. Este entorno impone sus condicionamientos, y nuestra vida como personas –y nuestra salud– dependen de las condiciones materiales e inmateriales (que nos han tocado en suerte o en desgracia) con las que contamos para desenvolvernos.


Lo primero que me parece importante tomar en cuenta, es el marco socio-institucional en el que estas cuestiones se dirimen: vivimos bajo un régimen patriarcal y capitalista (neoliberal) –y esto no es una opinión; es un dato de la realidad, descriptivo, fenomenológico–. Lo aclaro porque desde hace miles de años, se viene imponiendo una representación social de “la mujer” y un imaginario sobre LAS mujeres totalmente peyorativo, despreciativo, ofensivo… Y esto es constitutivo de un tipo de subjetividad degradada (‘femenina’). Este ‘ataque’ se realiza desde distintos flancos: desde las ‘sagradas escrituras’, plagadas de frases misóginas (de odio hacia las mujeres), pasando por los discursos médicos y jurídicos que, de distintas maneras –y hasta no hace mucho tiempo– fundamentaban y justificaban la inferioridad de “la mujer” (así en singular, como si fuese una, como si fuese un molde replicable, como si la clase social o la etnia o el color de piel o el tipo de corporalidad no hiciesen socialmente ninguna diferencia entre ellas).


¿A qué apunto con esto? A que se sigue considerando y tratando a LAS mujeres –tanto individual, social e institucionalmente– como ‘incubadoras’, como ‘personas de segunda’, como ‘pecaminosas’, como seres ‘inferiores’ y ‘malignos’, como ‘lacras’, como ‘cosas’, como ‘brujas’, como ‘locas’, como ‘objetos sexuales de uso y abuso’, como ‘objeto de tutela’, como un ‘objeto de cuidado’, como ‘adornos’, como ‘niñeras’, como ‘cocineras’, ‘mandaderas’, ‘siervas’, etc. (creo que ni hace falta que ejemplifique nada de esto, ¿verdad?)


Es tal la fuerza y el peso cultural del patriarcado, que incluso hoy muchas mujeres se desmarcan y se enorgullecen al decir que ellas “No son Feministas”, al tiempo que critican y cuestionan las masivas manifestaciones de mujeres (sin tener en cuenta que fue gracias a la lucha de miles de mujeres que las precedieron –muchas de las cuales sufrieron prisión, tortura, violación, exilio y muerte–, que hoy tienen la posibilidad de poder opinar, criticar, cuestionar, estudiar, ‘pensar’, elegir si desean casarse y con quién, etc.).

Basta con poner un segundo de atención al lenguaje ‘corriente’ (completamente androcéntrico): todo se nombra “en masculino”, ellas ni existen, están sumergidas en el “todos”, en el “chicos”, en el “ellos”… incluso –y este es el colmo– en “El Hombre” –o “los Hombres”– (como sinónimo de ‘seres humanxs’).


Nótese también que, “la sociedad” –permítanme la generalización esta vez–, NADA dice sobre “la otra parte” involucrada en esos embarazos no deseados.

La condena SIEMPRE es hacia las mujeres, como si el embarazo lo hubieran producido ellas solas! ¿Qué casualidad!, no? De los varones, de los "embarazadores seriales", ni noticia… Ni siquiera se les condena en los casos donde hubo violación: hay miles de violadores libres de culpa y cargo, y cientos de mujeres (pobres) presas por abortar… (pero después, las ‘locas’ y extremistas’ son ellas, que –hartas de que los ‘machitos’ les griten en la cara las cosas que les harían por la calle, de que las violen y las maten, etc.– van a una marcha con el torso desnudo o pintan “dejen de matarnos” en una pared).


Cuando un hombre viola a una mujer o niña, todas las miradas apuntan a ver cómo estaba vestida (dando a entender que, el ‘pobre hombre’, fue ‘víctima de un impulso natural e irresistible’, o fue ‘provocado’ por la ‘desfachatez’ de una mujer que ‘iba sola’ a cierta hora del día…). Siempre la duda, la sospecha y la “CULPA” recae sobre la mujer: que “debería haber pensado antes de tener relaciones sexuales”, “ser más precavida”, etc. A esto se le llama doble victimización, cuando se vuelve a victimizar a la víctima de un acto de violencia.


Si una mujer decide abortar, le gritan ‘asesina’… Si decide ‘dar en adopción’, es una ‘mala madre’ o una ‘madre abandónica’… Si una mujer pobre tiene muchos hijos, ‘seguro es para cobrar algún subsidio’… Da la impresión que, quienes plantean estas acusaciones, más que estar ‘a favor de la vida’, de lo que están en contra es de que una mujer pueda –simple y sencillamente– decidir.

Todo esto, en el marco de un verdadero terrorismo sexual contra las mujeres y otras identidades feminizadas: casi no hay mujer que no haya sufrido acoso sexual y/o verbal en la vía pública, ni abuso sexual en el ámbito privado. La violencia simbólica por los medios masivos de comunicación está a la orden del día, y todo ese bombardeo NO es inocuo (ni para ellas, ni para ellos). De hecho, culturalmente se apoya y alienta a los niños (ya desde pequeños) a rivalizar y a utilizar a las mujeres, a tratarlas como trofeos, como territorio de conquista, como objeto sexual… (o como objeto de cuidado y protección, de un ‘amor romántico’ asfixiante) y a las niñas que viven libre y placenteramente su vida sexual, se las persigue y señala por “trolas”, “putas”, y decenas de sustantivos y adjetivos despectivos y culpabilizantes.


Algo que también da qué pensar: el aborto es socialmente tolerado sólo cuando es producto de una violación… ¿Qué nos dice esto…? (dejo la pregunta abierta)

Pasamos la primera década del siglo XXI, y tenemos que seguir ‘recordando’ que “Las mujeres NO son máquinas para procrear”, que “NO son incubadoras…”. Es vergonzoso tener que repetir que “ser Mujer no es = a ser ‘madre’”, que no existe el “instinto materno”… Todo esto es prueba de que las fuerzas conservadoras y oscurantistas siguen vivas, presentes, resistentes al paso del tiempo, y que tienen mucho poder.


A nadie se le debería imponer el mandato ni el deseo de llevar adelante una maternidad no deseada.

Muchos varones no son siquiera conscientes (y de hecho, tampoco les interesa) cómo esto ‘marca’, condiciona y modifica la vida de tantas jóvenes y mujeres, ni del estrés y sufrimiento que esto les provoca; y yo no dejo de preguntarme si todo esto sucedería si los hombres tuviésemos la capacidad de gestar y parir…

A los hombres que estén contra el aborto, les diría que –al menos– se hagan la vasectomía[3], para asegurarse de que –por su parte– no exista un embarazo indeseado nunca.


La despenalización del aborto no obliga a nadie a abortar; la legalización establece un marco normativo para que quienes recurran a la interrupción voluntaria del embarazo lo hagan en condiciones que no afecten su salud ni pongan en riesgo su vida.
La maternidad no puede ser ‘un castigo’ por una supuesta ‘negligencia’… Los anticonceptivos también pueden fallar, y la maternidad no debería ser un “aguantátela”…

Si las mujeres no tienen poder de decisión sobre su propio cuerpo, si ese poder lo tiene alguien más que ellas, bien podemos asemejar esa situación con la de una esclavitud.

La pregunta no es cuándo un óvulo fecundado pasa a considerarse un ser humano, sino cuándo una mujer deja de ser humana para convertirse en una incubadora regulada por el Estado.

La sociedad debería respetar la decisión de las personas gestantes (porque, y esto hay que aclararlo, los varones trans también pueden gestar), y los Estados deberían garantizar ese derecho.


Por maternidades y paternidades libres, no impuestas:

- Educación sexual integral (para ‘todes’ y de modo transversal en todos los niveles educativos) para poder pensar, cuestionar y decidir; acceso a

- Anticonceptivos para no tener que abortar, y

- Aborto legal, seguro y gratuito para no morir.








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