Siempre que alguien dice o afirma algo, lo dice desde algún lugar, desde una posición, con una historia y bagaje a cuestas. Por ello, quisiera empezar este escrito haciendo referencia a mi propia implicación en la ‘batalla cultural y profesional’ contra el machismo.
Hace MUCHOS años ya, empecé a leer y a interesarme por temáticas que, luego, me enteraría que se clasificaban como “cuestiones de Género”: una problemática social (y ‘política’) que muchas veces es percibida y vivenciada como conflictos personales y privados.
Ya venía involucrado en distintas ‘cruzadas’ contra otras formas de discriminación y violencia social, pero en el año 2007 –si mal no recuerdo– cursé una materia optativa en la Facultad de Psicología de la UBA llamada “Introducción a los Estudios de Género”, y fue otra de las cosas que marcó un antes y un después en mi vida, pues me mostró y abrió puertas que ni siquiera sabía que existían, y me permitió mirar la realidad de otro modo: empecé a ver cosas que antes no veía, o no las registraba (en mí, en otras personas, en la sociedad y en la historia de la humanidad).
Hay dos cosas muy puntuales de esa época que recuerdo bien: el libro “La mujer de la ilusión” y, en especial, el inicio del libro “Las Lógicas Sexuales: amor, política y violencias”, ambos de la Dra. Ana María Fernández (que en aquel entonces era profesora titular de la mencionada materia electiva, y de la cátedra I de “Teoría y Técnica de Grupos”). En esa primera página, dice tanto con tan poco, que cada cierto tiempo vuelvo a leerla para volver a maravillarme: (en breve se las comparto)
Actualmente, participo de modo ad-honorem en diversos proyectos vinculados a la Educación Sexual Integral (porque para E.S.I. no se destina presupuesto estatal… con la falta que hace!), y…
…lo que repetidamente pude observar respecto de la E.S.I. en los colegios, es que se equiparaba al abordaje escolar de contenidos teóricos respecto del embarazo adolescente y de las infecciones de transmisión sexual, es decir, se cae en un reduccionismo que invisibiliza y oculta (o mejor dicho, encubre) la violencia ‘de Género’ inherente del sistema patriarcal (que es un sistema de opresión), con el consecuente machismo en todos los planos de la sociedad, el lenguaje androcéntrico, las relaciones de poder entre los géneros (dominación masculina y subordinación de toda otra identidad sexo-genérica), la cis-hetero-normatividad (que por supuesto incluye el binarismo de género), etc.
La ESI vendría a ser –en los casos que recuerdo– como el camión de bomberos que llega cuando ya hubo un incendio (una ola de embarazos adolescentes, no pocas veces producto de violaciones por parte de algún familiar; niñas y adolescentes madres; chicos que no pueden ni quieren cargar con la responsabilidad de un hijo; bulling y otras formas de acoso, discriminación y/o violencia a chicos y chicas LGBT –lesbianas, gays, bisexuales, trans– o con corporalidades que no se ajustan a los estereotipos sociales; chicas golpeadas, noviazgos violentos, etc.), pero que pocas veces se aboca a buscar entender qué produjo el fuego…
Después de esta larga introducción, quiero plantear algunas cuestiones respecto de la(s) Violencia(s) de Género (que como dije, es inherente al sistema patriarcal, el cual se combina y fusiona con el sistema de producción capitalista, potenciando su poder disciplinador), pero para ello voy a traer los primeros párrafos del libro antes citado:
Tal como se plantea en esa página del libro “Las lógicas sexuales”, hay violencias que se ven, que son visibles (como algunos golpes, que dejan moretones y tardan días o semanas en irse)… Pero otras violencias dejan marcas que no son visibles, y pueden dejar heridas abiertas (psíquicas, emocionales) durante meses, años, y a veces, de por vida, y siguen doliendo como el primer día apenas con recordarlas…
De seguro, todxs tenemos alguna(s) experiencia que confirme esta afirmación.
Para ser más preciso, van algunos EJEMPLOS: burlar, gritar, insultar, maltratar, denigrar, chantajear emocionalmente, culpabilizar, intimidar, manipular, acosar verbalmente, hacer constantemente señalamientos o críticas negativas, o actos para menospreciar, estigmatizar, criminalizar o avergonzar a otrx en público… Decirle a otrx qué hacer y qué ropa debe usar… no dirigirle a otrx la palabra; dañar objetos de la propiedad de la persona maltratada; amenazarla con hacerle daño (sea a la propia persona, o a alguien de su familia, etc.); extorsionar económicamente, violar la privacidad de otra persona entrando a su cuenta de mail o red social, o revisar / enviar mensajes desde su celular; espiar / robar sus mails o conversaciones / chats (etc.)… Difundir fotografías íntimas o privadas de otra persona (por whatsapp o redes sociales), enviar mensajes o correos amenazantes, insultantes; etc.
Como ven, en ninguno de estos ejemplos aparecen formas físicas de violencia, sino más bien psicológica (a veces llamada violencia ‘moral’), económica (o patrimonial) y simbólica, que sin embargo son tremendamente dañinas para la autoestima y la vida relacional.
Hay otra forma de violencia, que se ve incluso entre niños y niñas (desde luego, aprendidas de su entorno), que se vincula con la discriminación étnica (también llamada “racial”) y la ‘xenofobia’: rechazo, odio u hostilidad hacia ‘extranjeros’ (aunque hoy en día toma el mote de ‘negros’ o ‘pobres’), o religiosa (es una de las formas específicas de violencia psicológica, ya que se basa en imponer creencias mediante amenazas, culpas, reproches, infundir temores, predecir castigos, etc.).
Por otro lado, pegar o patear (aunque sea “despacio”), empujar, zarandear, tirar del pelo, lanzar objetos, impedir el paso, impedir que la otra persona se vaya, dar golpizas con las manos o con objetos, acosar físicamente, manosear, agredir, violar (o sea: cualquier práctica sexual efectuada con una persona que no manifiesta deseo ni da su consentimiento), y desde luego asesinar, son formas físicas y visibles de violencia.
Pero como bien dice A. M. Fernández en esa introducción, estas formas de violencia (en especial las llamadas VGE o violencias de género extremas, como son las palizas, violaciones, lesiones graves, el femicidio, travesticidio, o transfemicidio –que son crímenes de Odio–) se apoyan sobre las formas de violencia más ‘sutiles’, que aún suelen pasar desapercibidas.
Como vemos, hay diferentes formas y manifestaciones de la Violencia (de la violencia ‘a secas’, y ‘de Género’): verbal, física, simbólica, psicológica, económica (etc.), se practican de modo presencial o a distancia (por medios virtuales); y pueden ser ejercidas de modo individual o grupal (en este último caso, juegan un papel fundamental las y los “victimarios pasivos”, que son quienes ríen, festejan, aplauden… en fin, aprueban y sostienen un acto cruel) tanto por niñes como por adultos/as, y dirigirse hacia personas, hacia animales, u hacia objetos que tienen valor para la persona a quien se busca dañar.
Algunos autores y autoras hacen una distinción conceptual entre [algunas formas de] violencia, y crueldad, entendiendo a la violencia no como algo negativo en sí (pues a veces necesitamos de la violencia y de la agresividad para defendernos o protegernos –a nosotres o a otres).
La crueldad es aquella forma de violencia que busca deliberadamente hacer daño, generar dolor y/o sufrimiento en otro ser. Quien la ejerce se caracteriza por su insensibilidad, la falta de compasión, y la carencia o incapacidad de empatía con quien la sufre.
Si bien todas las personas tenemos ‘pulsiones sádicas o destructivas’ (es decir, alguna cuota de crueldad), hay personalidades cuyo rasgo principal y característico es ese. No toda persona violenta es sociópata (ni psicópata), pero toda persona sociópata (y psicópata) es potencialmente violenta, dañina y peligrosa (aunque las hay en distintos grados de peligrosidad).
Algunas características de lxs sociópatas son, según A. Moffatt: no sienten culpa ni remordimiento, no pueden empatizar ni sentir emociones (en el lenguaje popular se les dice desalmados); son seductores, grandes manipuladores, y se consideran dueños/as de lxs demás (para él son objetos, no sujetos). La habilidad del sociópata es controlar con la culpa.
El/la Sociópata es una persona egocéntrica, impulsiva e impredecible; considera a otras personas como una extensión de su intención, como una posesión sobre la cual puede decidir sin consultar nada, como algo que puede manipular y manejar a su antojo, como una marioneta (hablar por ella, moverla, hacerla reír o –sobre todo– llorar); puede ‘psicopatearla’ con mensajes contradictorios, hacerle sentir a su víctima que no sirve para nada, que hace todo mal, que es mala persona, que es egoísta, reprocharle cosas de las que luego él hace o ya hizo, responsabilizarla y echarle la culpa por TODO (hasta por “tener que haberle pegado”, o haberle gritado, o haberle lastimado, o haberle violado) y en un abrir y cerrar de ojos, vuelve a actuar como si nada hubiese sucedido… Sabe mover los hilos para poner a su víctima en contra de toda su familia y lograr que se alejarse de sus amigxs (aislarla, como modo de des-protegerla, de dejarla indefensa, y de que no tenga otra voz o punto de referencia más que el de él). La víctima, por su parte, pierde su criterio de realidad y empieza a ver a través de los ojos de quien la controla.
Una de las cosas más importantes que –en materia de Género– me han enseñado mis maestras (que fueron y son las feministas: mujeres y travestis militantes, activistas, luchadoras, pensadoras, escritoras, sobrevivientes, combatientes), además de que “lo personal es ‘político’” (en tanto siempre habrá relaciones de poder, y un entorno social e histórico que delimita posibilidades e imposibilidades según el género de cada persona), es esto respecto de ‘los machos’ (de los cuales un alto porcentaje son violentos y sociópatas):
“No son enfermos, son hijos sanos del patriarcado.”
Vivimos en un sistema (de relaciones, creencias, ideas, costumbres, mitos, representaciones, imaginarios, etc.) donde se fragilizan personas (cuerpos femeninos e identidades feminizadas) y se crean monstruos (sociópatas, ‘machos’, y otras calañas) que no tienen el más mínimo reparo en depredar y exterminar, cuyo desequilibrio hace que dañen a toda persona con la que se involucran (sobre cómo “se producen” estos tipos de personas –lo que se conoce como subjetivación o producción de subjetividades–, profundizaré en futuros escritos).
Volviendo un segundo a mi implicación personal, no puedo negar mi lugar privilegiado en esta sociedad (por ser varón, hétero-cis-sexual, blanco, de clase media, escolarizado, etc.), mucho menos desconocerme atravesado por el patriarcado, ni ocultar el hecho de que he sido un machista convencido durante varios años de mi adolescencia… y como todo ‘macho’, orgulloso. Considero que del machismo nunca podemos “curarnos”, pues somos culturalmente “recortados” por esa ‘tijera’, “formateados” con ese ‘chip’, “formados” con ese ‘molde’, y todo ese bagaje sigue vigente en el inconsciente, donde no existe temporalidad ni dominio de la razón, sino de los impulsos arcaicos, de pulsiones sádicas, etc. Si bien hay antídotos [temporales] para el machismo, no dejamos de ser “portadores”, motivo por el cual digo que, en el mejor de los casos, podemos pasar a ser “machistas en constante ‘rehabilitación’”. Pero es justamente por ese bagaje, que puedo entender y comprender el machismo –pese a haber desertado de sus filas–, también resistirlo, deconstruirlo, y combatirlo (gracias a –y con– otrxs, nunca aisladamente).
Desde luego, la acción, el movimiento y la organización de los colectivos oprimidos (sean mayorías o minorías) es la condición para su liberación o emancipación; ningún opresor renuncia de buena gana a sus privilegios; los derechos se conquistan, no se mendigan (como dice una frase tan antigua como cierta)…
Ahora, el punto es, para ir cerrando por ahora:
¿Qué podemos hacer (como personas, como trabajadores/as, como profesionales, como familiares, etc.) ante la creciente crueldad y violencia hacia mujeres y personas LGBTIQ+?
Sin dudas, no soy yo quien tiene las respuestas a esas preguntas, ni las únicas, ni las acertadas; pero posiblemente algo de esto ayudaría:
- Dejar de ‘naturalizar’ (y de justificar) las condiciones de sometimiento y control;
- Deja de reproducir las relaciones y mecanismos de dominación (esta es principal y particularmente dirigida a los varones);
- Deshilachar las construcciones simbólicas y discursivas de lo femenino que aparecen como degradación, debilidad o déficit;
- Y respecto de la E.S.I., reflexionar que el problema de fondo no pasa por “no saber cómo” se pone el preservativo ni en desconocer la conveniencia de usarlo, sino por el posicionamiento político respecto de la sexualidad según el género (que no olvidemos, es también una relación de poder jerarquizada en favor de los varones –en particular, de los cisgénero… quienes no se embarazan, y en casi la totalidad de los casos, no son quienes se hacen cargo de lxs niñxs–).
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