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Foto del escritorLic. Diego S. Gómez

TERAPIA Grupal y Perspectiva de Género



Desde el inicio de la pandemia en marzo del 2020, los padecimientos anímicos y psicológicos producidos por el encierro y el aislamiento, se incrementaron exponencialmente.

La soledad, el confinamiento, la angustia, el angostamiento de la vida, se fueron imponiendo como “la nueva normalidad” para una porción muy grande de la población.


Quienes ya trabajábamos en la Atención Psicológica Online, sabíamos –y el tiempo nos lo confirmó– que, a través de las Videollamadas, se puede generar un contacto humano nutricio que vaya más allá de la cercanía física, de lo táctil: se puede establecer un vínculo emocional, contenedor, empático, receptivo, de comprensión y apoyo mutuo.


Hoy en día, muchas personas NECESITAN espacios para hablar, para expresarse, para ser escuchadas, para volver a COMUNICARSE y vincularse con Otrxs más allá de su entorno inmediato.

La contención terapéutica ha sido de gran ayuda para muchísimas personas (aunque no se la haya reconocido como ‘actividad esencial’), las ha ayudado a poder sobrellevar muchos de los cambios que vienen sucediendo; y creo que, especialmente en este contexto, es cuando las Terapias Grupales pueden desplegar todo su potencial en favor de la salud pública.


La "salida" nunca es individual, siempre es 'colectiva'


En la Terapia de GRUPO (que NO es la mera suma de individualidades reunidas en un espacio terapéutico) cada integrante se nutre de las experiencias y aportes del resto, no sólo aprende de sí y de sus conflictos, sino que actúa también como parte de la ‘Red de Apoyo social’ del resto. Las personas sienten que no están solas ni aisladas con su problema, y esto las motiva y fortalece.


El aspecto social / vincular es fundamental para la Salud (y no sólo la ‘ salud mental’, sino para el bienestar emocional y vincular): el Grupo es un espacio para conversar de manera espontánea y genuina; para compartir los conflictos de cada participante y ensayar soluciones; para comprender mejor la propia situación, y aprender de y con las demás personas, para poder expresar sentimientos, ideas y emociones en un entorno de seguridad y confianza.



Por otro lado, incorporar la Perspectiva de Género en el trabajo terapéutico, implica una escucha y comprensión particular respecto de los padecimientos específicos que sufrimos según nuestra identidad y expresión de género… las desigualdades en nuestra crianza y educación, repercuten de manera diferencial en la subjetividad (es decir, en nuestro cuerpo, en nuestras emociones, en nuestra mente) y en las condiciones de existencia de cada persona, según su identidad y expresión de género.


Así como nuestra edad, nuestra realidad sociocultural-familiar, nuestro cuerpo, nuestra ideología/credo (etc.) son factores clave –y en cierta medida condicionantes– de nuestras vivencias y experiencias, el GÉNERO también es un aspecto fundamental a considerar como parte constitutiva de las personas:


A nivel identitario, el Género es una vivencia subjetiva, particular (de quién soy, de cómo me identifico) que reconocemos y expresamos desde muy temprana edad –aunque NO es algo fijo ni invariable–. El Género es independiente de (y no tiene que ver con) el “sexo”, la “genitalidad”, y la “orientación sexual”.

A nivel “vincular”, el Género implica una “relación social desigual”, que varía socio-históricamente; conlleva normas implícitas y explícitas que prescriben relaciones asimétricas de poder.



Por ejemplo: es sabido que en ciertas épocas, las mujeres no podían estudiar, no podían opinar, no podían decidir sobre muchísimas cuestiones en relación a sus vidas, no tenían potestad sobre sus hijxs, y de hecho, eran prácticamente “un propiedad” (primero de su padre, y luego de su marido)… hasta pasaban a tener el apellido de su conyugue.


Los Roles de Género portan mandatos, valores y tareas (etc.) distintas, asignadas o impuestas socioculturalmente para cada género (aunque en sí, no haya nada de “masculino” en manejar, salir a trabajar, lavar el auto en la vereda; ni nada “femenino” en el color rosa, en cocinar, ocuparse de les hijes o planchar).

Ya en el siglo XXI, muchas cosas han cambiado a nivel social y legal, pero seguimos viviendo en un sistema patriarcal, que por ser menos evidente no lo hace menos opresivo.



Hoy en día, circula la idea de que el Patriarcado nos afecta a todxs (todos, todas, todes)… y es cierto; pero se encubre que NO nos afecta DE LA MISMA MANERA.

Esto de que “los hombres son la primera víctima del patriarcado”, como afirma una prestigiosa académica, es poco estratégico, pues contribuye a que, nuevamente, los varones se victimicen, que se ponga el foco en su (nuestro) malestar, nuestro padecer (‘pobrecitos nosotros, que no podemos llorar’)… mientras a ellas (sean feminidades cis o trans, de cualquier edad) las violentan de todas las formas posibles e imaginables en todo ámbito (público, institucional, como privado e íntimo).


Hay una distancia abismal entre ser socializados en un rol y posición privilegiada de poder (de control y dominio), que ser socializadas en un rol y posición subalterna (de sumisión, servicio y acatamiento). Son realidades y padecimientos distintos, por más que los genere el mismo sistema.

Y demás del Género, hay otros factores que nos atraviesan (como la Clase Social, las condiciones materiales de vida): “siempre hay alguien más pobre que el obrero más pobre”, decía F. Engels, y es ‘la esposa del obrero’.



Hay malestares muy específicos que aquejan a las personas según su género (se trate de personas cisgénero o transgénero), y algunos que pueden ser comunes, pero por motivos (y con consecuencias) diferentes.


Si pensamos por ejemplo en la SOBRE-EXIGENCIA:

En los varones suele aparecer como mecanismo compensatorio, como un modo de “dar la talla”, de cumplir con los mandatos de “proveedor”, “reconocimiento”, “éxito/prestigio” (etc.), y suele tener una valoración positiva a nivel social…



En cambio en las mujeres, por lo general se relaciona con la subvaloración de sus acciones, pues pareciera que “nada alcanza”, ya que gran parte de lo que hace es considerado “natural”, “obvio”, como si se desprendiera del simple hecho de “ser mujer”… hablamos de la doble jornada laboral (o triple), de todas la sobrecarga física y mental de tener que prever y organizar las compras, comidas, ropa, cuidados, atenciones, crianza, y todo lo relacionado al hogar: desde ‘dónde están los calzoncillos’, al ‘por qué no compraste la fruta que me gusta’.

Eso, sin contar que suele ser mucho más observada y juzgada en cualquier lugar (por su cuerpo, su ropa, su apariencia, sus logros…). La maternidad/paternidad y la crianza también suele ser algo MUY distinto para ellos que para ellas.


Si hablamos del ESTRÉS, también encontramos enormes diferencias…

Ellos” no cuentan sus problemas, los tapan, esconden sus emociones (salvo la ira y la violencia)… se ocultan, se cierran. Mostrar o reconocer su vulnerabilidad es signo de debilidad, de “poca hombría”

En muchas personas trans, en especial jóvenes, el estrés continuo por el miedo a que se dirijan hacia ellxs por un pronombre con el que no se identifican, a ser señaladxs, a ser burladxs, a ser agredidxs (etc.), no es comparable al que pueden sentir las personas cisgénero… en especial los varones, pues las mujeres también viven en carne propia el temor a su integridad: desde el caminar por la calle, el subirse a un taxi, o incluso al conocer y al estar a solas con alguien que le guste… Las consecuencias de esa sobrecarga mental y emocional son muy profundas, porque –por si fuera poco– serán tildadas de paranoicas, exageradas, o locas.


Para no abundar en ejemplos, podría nombrar las experiencias depresivas (que en las mujeres, por lo general, están vinculadas a las críticas y a la constante presión que reciben), y al historial de maltrato y violencia (sufrida por muchas mujeres, personas trans –y también varones– desde su niñez y adolescencia, aunque con distintas consecuencias) sin mencionar los distintos tipos de abuso sexual (omnipresentes en la gran mayoría de mujeres y feminidades).



Podría también mencionar la imposición de roles ligados a la sumisión (cuando no directamente la resignación), la autoestima (encadenada al juicio y opinión de lxs demás), la represión y desvalorización de las necesidades, sensaciones, sentimientos y deseos propios, los problemas de salud derivados del tipo de vida (no poder conseguir trabajo formal en el caso de personas trans, tener menor paga en el caso de mujeres, de cuidar y criar niñxs solas, de no acceder a niveles educativos superiores, de tener menos tiempo libre y autonomía), etc.



Todo esto, impacta de manera distinta en cada subjetividad.

Para un tratamiento efectivo es fundamental incorporar la Perspectiva de Género en el trabajo terapéutico, permite utilizar herramientas y estrategias terapéuticas adecuadas y adaptadas a las diferentes circunstancias y experiencias vitales de cada persona, según sus necesidades y posibilidades.


Visibilizar y desnaturalizar todas estas diferencias y desigualaciones a partir de compartir experiencias en un espacio común (Grupo mixto) junto a otras personas, implica hacernos más conscientes de “qué han hecho de nosotros” , “qué hemos hecho a otrxs”, y de “qué podemos ir haciendo” con todo ello.

Esto es de por sí transformador, pues aporta otra perspectiva, de quién soy, qué puedo y quién quiero Ser.



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